La editorial De la Luna libros cerró recientemente su colección de relatos ‘Lunas de Oriente’ con la publicación de los últimos tres títulos. Veintisiete libros en total, veintisiete portadas iguales de un azul intenso, lo único cambiante es el satélite lunar con todas sus caras, roja, verdosa, azulada, anaranjada, pálida, tapada o brumosa, y las letras del abecedario, una para cada libro.
Fue en julio de 2018, lo recuerdo bien porque estaba de vacaciones, cuando recibí un mensaje de Marino González Montero en el que me preguntaba si tenía cuentos que conformasen un libro. Aunque no nací bajo el signo de la luna ya me consideraba lunática, pero al llegar a esta Luna sentí que llegaba a un lugar conocido, y así, mis relatos se convirtieron en libro, y mi libro se convirtió en el décimo de la colección con la letra J.
No es fácil completar una colección como esta, o como cualquier otra; para hacerlo, cerrarla, llegar hasta el final, se requieren grandes dosis de voluntad. Empezar lo hace cualquiera, basta con adquirir el primer objeto, sea libro, medalla o mapa de una serie; quien esto lea se acordará de aquella vez que empezó con cromos, sellos, postales, soldaditos de plomo, mariposas, miniaturas, piedras o muñecas. Completar una colección es otra cosa, implica reunir, congregar, y se necesita determinación, la que han tenido Marino y Ana, o Ana y Marino, que pisaron la Luna y la conquistaron.
Si completar una colección requiere paciencia, reunir una de libros, de distintos escritores, cada cual de su padre y de su madre, requerirá, además, hablar con cada autor, llegar a acuerdos, cerrar tratos; tratándose de libros, deberá tenerse en cuenta el contenido, ajustar el calendario para su aparición; los de Lunas de Oriente salieron de dos en dos, y de aquellos emparejamientos literarios surgieron grandes amistades, en mi caso así fue.
Este año, además, la Luna está de aniversario, treinta años con, para y por la literatura. Hay empresas que empiezan y no duran un telediario. Fundar una editorial como la Luna, y mantenerla viva treinta años después, es tarea lunar.
En la Luna de Ana y Marino caben todos los estilos y propuestas, en los veintisiete títulos, de la A a la Z, el lector encontrará mundos sumergidos y cunas torcidas donde los hombres piensan bajo el agua, continentes negros por descubrir, fronteras, puertas traicioneras y amargas huellas luminosas; anuncios de muerte y malos días, al enemigo del hombre en guerra sobre un caballo bermejo, a quien vive para el dolor en el infierno; posibilidades de cosas que no están, y transposiciones de lo que no será, recurrencias; las veleidades de un amante imaginario, zapatos con nombre propio, a propósito, Cora, la vida será lluvia y se habrá perdido el tiempo; escuchará conversaciones que sonarán antes que el despertador, y saboreará nueces del más allá.
La Luna de Mérida no se oscurece con eclipses, no tiene fases, no adopta formas caprichosas, no se esconde, ni mengua ni crece, es estable y plenilúnica, realista y fantástica, masculina y femenina, joven y madura. Larga vida a la Luna.
Victoria Pelayo Rapado