El siglo más ambiguo

Trazos, suplemento cultural del diario HOY

 

25-04-2020

 

 

El siglo más ambiguo

 

Una obra oxigenante y novedosa con la que Luis Sáez construye un mosaico particularísimo que sabe engarzar diferentes teselas del panorama cultural y político del siglo XX.

 

ENRIQUE GARCÍA FUENTES

 

Ponerse a valorar ahora las indudables cualidades de Luis Sáez Delgado como escritor es algo tan redundante como volver a ponderar sus méritos como profesor, editor (ahí va prosperando su magnífica puesta al día de las novelas de Felipe Trigo) o como director de la Editora Regional de Extremadura. A lo largo de su ya larga trayectoria en diferentes actividades, Luis Sáez ha demostrado siempre una extraordinaria preocupación y un evidente compromiso con todo lo que lleva a cabo, pero la verdad es que uno estaba ya deseando encontrarle con la libertad, con la tranquilidad que se precisa para pergeñar un excelente texto literario como este que hoy traemos. Descubrimiento del continente negro nos devuelve al Luis Sáez estrictamente escritor que se fogueó, en sus principios, entre el elenco de aquel emblemático Alquimia, de hace ya tantos años, y se encumbró a su actual categoría de finísimo ensayista y dinamitero de géneros en sus fundamentales Animales melancólicos y, sobre todo, Un duelo privado: notas sobre el exilio como literatura de viajes.

 

Nuestro texto de hoy es ya la letra M del abecedario que De la Luna Libros lleva unos años construyendo, ahora en la colección ‘Lunas de oriente’, de la pujante narrativa breve en nuestra región, y tras su cómoda lectura (pese a estar salpicado de mil y una referencias culturales, nunca cargantes, al contrario, siempre atractivas) la impresión que sacamos es la de haber discurrido por todo un laberinto maravilloso que, firmemente asentado en ese género que Sáez domina a la perfección -pese a lo erizado de sus contornos: el «fragmentario»-nos construye un mosaico particularísimo que sabe engarzar diferentes teselas del panorama cultural y político de determinados acontecimientos del siglo XX para ofrecernos una obra final plena y consecuente. Sobre explícitos eventos y personajes reales Sáez, con la libertad de quien conoce y ha estudiado los hechos, fabula, recrea, imagina, inventa realidades paralelas, brinda soluciones alternativas, procura dimensiones posibles, adultera lo conveniente, sin excederse, para ofrecer un envés plausible a peripecias ya de por si difuminadas -acaso no verdaderamente decisivas- que nos sitúan en el siempre amable ensueño de la divagación: esa tan segura de que las cosas no pasaron, pero ¿y si llegaron a hacerlo? En algunos casos sería tan atrayente, tan atractivo…

El viaje es, solo en apariencia errático; el lector, como un Teseo asistido por una Ariadna desnortada que predica el triunfo del cerebro sobre el corazón como premisa fundamental del ambiguo siglo XX, deambula desde las construcciones estalinistas casi megalómanas (‘Siete hermanas’), en cuyos bajos se aloja el ‘Panteón de los cerebros’, hasta la reformulación de la arquitectura que Guy Debord propone desde la Internacional Situacionista partiendo de la lectura de las propuestas que hace Gilles Ivain en su ‘Formulario para un nuevo urbanismo. De ahí se aferra (‘Actes Sud’) a las tribulaciones nunca claras de un antipático George Remi (de su ambigüedad se deduce que Sáez nunca opte por nombrarlo de su conocidísimo seudónimo, porque lo relacionaría con algo tan positivo como nuestro Tintín; efectivamente: Hergé) que conoce y se asombra con las creaciones de un preterido escultor portugués: Franklim Vilas Boas y a nuestro autor le sirve para divagar sobre la creación artística en países sometidos a dictaduras. Este concepto trae de la mano, de forma perfectamente natural, la situación argentina bajo el poder militar en los 70 (‘Música popular contemporánea…); el bandoneón gozoso de Astor Piazzolla pone la música de fondo para que descubramos horrorizados el devenir de Héctor Germán Oesterheld, otro autor de cómics (como Remi) que «desapareció» en aquellos despreciables años. En ‘Kampuchea’ nos topamos tal vez con la más estrictamente literaria de estas teselas; en ella se recrea la obsesión de un personaje rigurosamente ficticio, Teresa Osma, porque en el Madrid universitario de los 70 se conozcan los sucesos que conducirían luego (pero esto se silencia) al genocidio perpetrado por Pol Pot, aquí reivindicado como revolucionario ilustrado. Y tal vez esta condición sirva para enlazar con el protagonista del último de los fragmentos de esta estupenda entrega, acaso el más logrado y que le da título a la obra, que divaga maravillosamente sobre el viaje que el dictador Ceaucescu realizó a Bruselas el año 1978, donde se prendó del monumental Palacio de Justicia de la ciudad belga, probable inspiración de su megalómano Palacio del Pueblo, cuya construcción promovió en Bucarest. La obra empezó hablando de edificios enormes y así se cierra perfectamente el círculo; pero lo válido es su densidad interior.

En su cada vez más atrayente periplo-esta es una narración que crece con cada relectura-hemos avistado hechos poco conocidos y hemos ido de la mano de personalidades tampoco excesivamente célebres que además Sáez recrea de manera que al lector le sea difícil asumir otra caracterización que no sea la que el propone. Habrá quien no comulgue con semejante visión unívoca (que adultera la Historia en su grado justo, aunque no se olvide que Sáez fabula, inventa, pero no falsea) y habrá otros que, azuzados por esta propuesta, acudan al verdadero conocimiento de los hechos y puedan contemplar la belleza, la agilidad, el poético alcance de la suplantación, la grandeza de la recreación. Yo estoy entre estos; sin ningún género de dudas. Una obra oxigenante y novedosa, digna de agradecer.

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