LA VOZ DE LOS CUENTOS
La riqueza del microrrelato
Francisco López Serrano reúne en Un momento, señor verdugo – Algaida, 2017, LIII Premio Literario Kutxa Ciudad de San Sebastián- una abundante colección de relatos, casi todos muy breves, en los que expone un abanico de temas sugestivos. El título alude a la famosa petición que le hizo madame du Barry al verdugo antes de ser guillotinada, y en el primer relato del conjunto se contrasta su brevedad como elemento narrativo, con los sucesivos aplazamientos que consiguió Sherezade. En el libro, desde una perspectiva teñida de peculiar humor, e incluso de sarcasmo, hay varios tipos de cuentos: desde los que se plantean con una mirada cósmica –como el espléndido “El genealogista”, que recorre la ascendencia del narrador hasta la Gran Explosión originaria- u otros que convierten la felicidad en el efecto de un “psicovirus”, o un peculiar perfume que es resultado de cazar y destilar ángeles, o los terroristas que al impregnar de suero de la verdad el agua del mundo lo conducen a su destrucción- como otro grupo en el que se tratan las desavenencias de pareja: en “El cuento del Grial”, la actitud de la mujer reproduce los matices de lo que pudiéramos considerar un comportamiento machista, y en “El abismo” se describe la excursión montañesa de una pareja con un remate tan perturbador como brillante, o en “Diálogo de amantes” y en “El plan” se resumen con maestría aspectos de la relación amorosa. No faltan historias diminutas que hacen peculiares homenajes al tema clásico de “El dinosaurio” de Monterroso desde una perspectiva renovadora – “La demora”, “El despertar”, “La pesadilla”…- y a lo largo del libro aparecen muchas narraciones simbólicas: el poeta y su corazón, el abogado y su conciencia, la conversión de complejas formulaciones matemáticas en narraciones – “Teoría de rachas”-, la voz de un Dios que influye de modo sorprendente en la realidad –“Apagón”, “La creación”, “Té o café”…-. Y así, hasta 65.
En La vida es lo que llueve -De la luna libros, Mérida, 2016-, Pilar Galán, que reúne 32 cuentos, muestra también una rica variedad de formas, pues junto a los microrrelatos que componen la mayoría, hay otros que se adscribirían al cuento de extensión canónica. Y si hay varias formas, lo que hay también es muchos registros. Predomina una recurrente relación entre memoria y desmemoria, con cierta tendencia a la deriva alucinada: puede ser el deterioro de la vieja madre –“Donde habita el olvido” – o ciertas inusuales comunicaciones, como el tuiteo con el papa –“Twiter Tuus”- o el recuerdo del marido muerto a través de un objeto –“La bicicleta estática”-. La alucinación, o esa frontera entre realidad y sueño, puede llevarnos a ciertos mundos combinados de vigilia y delirio, como el lugar donde ha huido el marido en “Islas para naufragar”, o el fantasma del marido perdido –“Querido Emiliano”-, o el móvil que hace de misterioso medio de comunicación en el estupendo “Sara Montiel no es mi padre”, e incluso a historias en las que, además del asesinato de seres cercanos –“Tardes de noviembre”, “Palos de ciego”- aparece un canibalismo casero –“Escabeche”-, pero lo que hay que resaltar a lo largo de todo el libro, tan impregnado de una atmósfera predominantemente familiar, es el juego con la literatura y las palabras, cierto regusto metaliterario que no solo se manifiesta en los títulos de muchos de los relatos, sino que aparece con frecuencia, como en “Pronombres interrogativos” –magistral vuelta de tuerca en el juego gramatical para manejarlo dramáticamente-, “Selectividad, Junio” –en el que se apunta la decisión repentina de un alumno- , “Ordo Rectus” –otra historia de alucinación-, “Las lágrimas de las cosas”- donde el microrrelato, sin perder su sustancia narrativa, se convierte en poema- , o ese cuento sobre el español inventado que se titula “Yo la conocí en un taxi”. Desde los sentimientos familiares de pérdida hasta la melancolía profesoral, pasando por las rememoraciones luctuosas, con el acecho del fracaso, las historias sangrientas contadas sin énfasis y ese gusto por el juego gramatical que es marca de la autora, y siempre sin perder la distancia irónica ni el humor, el libro muestra también la madurez de un género ya habitual dentro en la expresión literaria española.
José María Merino
De la Real Academia Española
(Publicado en la revista Leer)